Es una impresión bastante difundida la que sostiene que los escritores miran con suspicacia los libros que aspiran a transmitir enseñanzas sobre su arte. Y, de hecho, es más que infrecuente encontrarse con buenos trabajos sobre la práctica y las alternativas del proceso creador. En esta materia, como en todas, los manuales tienen una función apaciguadora, paternalista, tramposa. La aparente claridad que infunden a lo que tratan proviene, casi invariablemente, de la superficialidad del enfoque que adoptan. Se paga con pérdida de hondura la inconsistente transparencia que se oferta.
El libro de Juan Carlos Kreimer, en cambio, no es un manual. No rehúye la complejidad de su tema: la encara. La encara, la explora, la determina como el campo propiamente dicho del aprendizaje eventual. Si algo enseña es a entender en qué nos metemos cuando tratamos de escribir, y a aceptar la posibilidad de que llegar a escribir bien implica, muchas veces, el riesgo de encaminarnos en una dirección insospechada, inquietante y hasta temible. Es, dicho de otro modo, un libro que respalda el margen de riesgo que también entraña la aventura de escribir.
Este libro es útil, ante todo, porque no miente. Como no miente, la distancia habitual entre la experiencia creadora y su comprensión por parte del aprendiz resulta menos áspera. Todo lo que en él se procura transmitir está refrendado por el testimonio de cien escritores. Cada uno de ellos aporta algo especial de su conocimiento a la mejor comprensión de lo que significa escribir. Pero el texto de Kreimer no sólo gira en torno de la escritura. Es, también, un ejemplo de escritura; es un libro bien escrito. Y ésta es, para mí, una prueba decisiva sobre su autenticidad. No solamente se refiere a la literatura sino que es, él mismo, literatura. Por supuesto, nadie que emerja de sus páginas tendrá la impresión de estar capacitado para escribir como desea por el hecho de haberlas leído y estudiado. Estará, en cambio, en condiciones inmejorables para empeñarse en lograr lo que desea; provisto, en suma, de elementos indispensables para llevar a cabo su tarea con un alto grado de conciencia laboral. Porque si algo cabe subrayar entre las características de este libro es que constituye una auténtica apología del trabajo.
Hay, por último, algo que le confiere al texto un valor adicional. Yo tuve oportunidad de leerlo cuando aún no estaba impreso. Transmitiéndole a Kreimer algunas impresiones sobre el libro, comprobé que no sólo me escuchaba con interés. También me escuchaba con asombro. Sorprendido por el hecho de verificar que, en su obra, podían descubrirse intenciones y realizaciones que escapaban a lo que, conscientemente, él se había propuesto llevar a cabo. Todo aquél que esté familiarizado con la intensidad de los procesos creadores sabrá reconocer en ese asombro un rasgo prototípico de las obras nacidas en la intimidad de un espíritu. Kreimer escribió, pues, para llegar a enterarse de lo que quería decir, tanto como para decir lo que ya sabía. Por ello es posible extraer de aquí una sugestiva enseñanza: la que asegura que tanto más hondamente nos habrá marcado lo aprendido cuanto más forme parte de nuestro ser y no apenas de nuestro entendimiento. Es que, secretamente, este libro quisiera ayudar a vivir.
Santiago Kovadloff